Janet Malcom, en El periodista y el asesino dice que “el encuentro de un hombre acusado de un terrible asesinato con un periodista es una imagen grotescamente magnificada de un encuentro periodístico normal”. Así es como sucede la historia de este libro: Un periodista – Joe McGinniss - sigue los pasos de un acusado por asesinato – Jeffrey MacDonald -para escribir sobre su caso con el beneplácito y la ayuda de éste.
Después de la publicación del libro sobre el caso, el acusado, ya en la cárcel, denunció al periodista por su obra, “por una especie de asesinato del alma”. La razón concreta es que el periodista mintió. No en su texto, sino en la forma de proceder, en “el proceso creativo”, en la manera de conseguir la información y, sobre todo, de hacerle creer a MacDonald que estaba de su parte. Al fin y al cabo, como se expresa en el libro, “todo periodista que no sea tan estúpido o engreído como para no ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendible”.
Ante esto y, después de leer El periodista y el asesino, la pregunta que tendríamos que hacernos todos los periodistas es:
¿Somos así?
Algunos afirmarán con la cabeza, otros mirarán para otro lado, otros se indignarán con la pregunta...
El caso es que estaba acordándome de ese libro ahora porque he escuchado que los periodistas somos una de las profesiones peor valoradas, y todavía nos preguntamos por qué.
Daré alguna pista más: para echar más leña al fuego, Janet Malcom dice también que “El periodista es una especie de hombre de confianza, que explota la vanidad, la ignorancia, o la soledad de las personas, que se gana la confianza de éstas para luego traicionarlas sin remordimiento alguno”.
Si de verdad hacemos autocrítica, nos daremos cuenta que los periodistas creemos que todo vale. El orgullo de muchos profesionales de los medios les impide irse de un lugar sin información, y eso está bien para la profesión. Pero si hay que realizar algo no precisamente legal para ello, no importa. Mejor. Así habrá más cosas para contar. Y muchas veces se cruzan líneas que no habría que cruzar.
No se trata de contrastar fuentes, o de falta de veracidad, ni siquiera de una necesidad abrumante de una mayor indagación o de conocimiento de los diferentes puntos de vista. Se trata de otra cosa. Hablamos de ética. La ética, ese conjunto de sugerencias abstractas y casi surrealistas para algunos, que por no ser ley pueden ser saltadas a la torera, sufre de desprecio por muchos periodistas. Pocos profesionales reconocerán ser capaces de incumplir una norma ética a favor de una buena noticia, pero también son pocos los que no lo hacen.
Es verdad que el periodismo nació de la necesidad del público por conocer algo más de lo que se da siempre oficialmente, de la demanda de un análisis de los hechos a los que un ciudadano medio no puede llegar fácilmente. Ocurrió en las múltiples guerras que ha habido, en las catástrofes naturales que han acaecido, pero ocurre también en las pequeñas cosas, en los casos diarios sobre los que el público quiere conocer un poco más, pero son demasiado complejos y necesitan una explicación. Sin embargo, la excusa de tener que dar a conocer unos hechos no puede ser el escudo para justificar todas y cada una de las acciones de un periodista. Y no ayuda que desde el principio se esté considerando el periodismo desde un punto de vista mercantilista.
No se trata de contrastar fuentes, o de falta de veracidad, ni siquiera de una necesidad abrumante de una mayor indagación o de conocimiento de los diferentes puntos de vista. Se trata de otra cosa. Hablamos de ética. La ética, ese conjunto de sugerencias abstractas y casi surrealistas para algunos, que por no ser ley pueden ser saltadas a la torera, sufre de desprecio por muchos periodistas. Pocos profesionales reconocerán ser capaces de incumplir una norma ética a favor de una buena noticia, pero también son pocos los que no lo hacen.
Es verdad que el periodismo nació de la necesidad del público por conocer algo más de lo que se da siempre oficialmente, de la demanda de un análisis de los hechos a los que un ciudadano medio no puede llegar fácilmente. Ocurrió en las múltiples guerras que ha habido, en las catástrofes naturales que han acaecido, pero ocurre también en las pequeñas cosas, en los casos diarios sobre los que el público quiere conocer un poco más, pero son demasiado complejos y necesitan una explicación. Sin embargo, la excusa de tener que dar a conocer unos hechos no puede ser el escudo para justificar todas y cada una de las acciones de un periodista. Y no ayuda que desde el principio se esté considerando el periodismo desde un punto de vista mercantilista.
La investigación debe ser un medio, con el que el periodista conozca una realidad con todas sus consecuencias, descubriendo su profundidad y dándola a conocer. Pero la obsesión por investigar puede deformar esa meta, olvidándose que el periodista debe informar, no aumentar su autoestima por demostrarse capaz de llegar a cualquier sitio.
P.D. Perdón por abusar de la confianza y escribir un post casi eterno. Sabéis que normalmente va en contra de mi religión hacer textos tan largos para el blog, pero hay reflexiones que, en algún momento, tienen que salir...
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