La primera vez que se utilizó la palabra “crimen organizado” iba referida a la mafia, en concreto la mafia italiana, que en los años 20 comenzó a diferenciarse de otras organizaciones de delincuentes mejorando su estructura interna, jerarquía y formas de extorsión y control de la sociedad. Sin embargo, el origen del crimen organizado suele situarse en la segunda mitad del siglo XIX. Desde entonces, son muchos los grupos que, de forma organizada, han surgido en relación con las actividades ilegales.
Esas actividades pueden ir desde la extorsión al tráfico de drogas o armas, todo ello con el fin de obtener beneficios económicos y, en ocasiones, de poder. Las organizaciones criminales son complejas, tienen estructura y estabilidad, y además, cuentan con miembros que se sienten identificados con ese grupo.
Las oportunidades para operar de forma transfronteriza que comenzaron a darse tras la guerra fría supusieron una amenaza clara, lo que hizo que el crimen organizado se haya convertido en una prioridad en el ámbito de la defensa internacional, porque en la lucha contra la transnacionalización del crimen, el problema ya no es de un país, sino de muchos.
En cualquier caso, el crimen organizado no puede entenderse de forma genérica como un tipo de delito particular, puesto que entra en acción la planificación y la coordinación de los que participan en los delitos, lo que da a estas organizaciones una mayor capacidad de organización y de ejecución de actividades ilegales. No hablamos de actividades ideológicas, ni siquiera disfrazadas de ideología, sino de actividades con fines puramente económicos.
Es evidente que con los años se han potenciado las amenazas del crimen organizado para la seguridad, y en este contexto, la cooperación policial y la acción anticipatoria que supone es fundamental para hacer frente al fenómeno y, por supuesto, supone que haya mayores éxitos en la lucha contra estos delincuentes, aunque la lucha contra el crimen organizado,en todos los casos, requiere de una actuación de largo plazo.
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