¿A alguien se le ocurre un escenario mejor para decorar las acciones de un asesino en serie suelto que un lugar donde nunca pasa nada? Con este planteamiento, Pere Cervantes nos lleva hasta Menorca en su novela No nos dejan ser niños.
Hablemos de su protagonista: María Médem.
María Médem es una madre recién estrenada que se reincorpora a su trabajo en la policía después de una baja por maternidad y que tiene, por muchas razones, calentamientos de cabeza que, seguramente por primera vez en su vida, superan a los que le proporciona su trabajo. Sus problemas no vienen derivados de tener que encontrar cuanto antes de un asesino en serie, que ya es bastante. Su verdadero infierno vive en casa y se llama Amparo. Su suegra. No una suegra cualquiera, sino una de las que hacen la vida imposible. Y que, encima, ha decidido irse a vivir con ella mientras su hijo – el marido de María – está fuera. A eso súmale un bebé, con todo lo que una criatura requiere, un horario imposible y un marido inexistente, porque el hombre pasa la mitad del tiempo fuera del país por trabajo… o eso dice, aunque el trabajo, en este caso, tiene nombre y apellido.
El planteamiento de este personaje hace que sintamos a María Médem como una persona cercana, que podría ser nuestra vecina, o nuestra prima. Alguien que no es sólo una recreación, sino que podría ser real.
Y en ese momento de la vida de María Médem, en el que todo es una vorágine, su matrimonio, su vida, y su propia personalidad se tambalean, le aparece un problema más. Roberto Rial. Policía, experto en homicidios, ex pareja de María, y trasladado a la isla para la investigación. Es la persona que necesita, desde luego, la investigación, pero no es, precisamente, la persona que necesita nuestra protagonista. O sí.
Ambos, acompañados por un joven experto en informática, resolverán el caso casi en un abrir y cerrar de ojos.
Hablemos de eso, del caso.
La historia comienza con la aparición en Menorca de dos mujeres de avanzada edad asesinadas en su propio domicilio, con solo una semana de diferencia. Un asesino en serie anda suelto. En los escenarios de los crímenes aparecen siempre los mismos elementos: cadáveres simulando un suicidio, en concreto, ahorcados, un intenso olor a hierbabuena, la canción de Raphael que da título al libro sonando una y otra vez en un ordenador, y un sobre de azúcar con una frase.
Esas son las piezas del puzle con las que los protagonistas tendrán que jugar para detectar al culpable.
Hablemos de su secreto
El secreto de esta novela está en un relato sencillo, que no se mete en berenjenales argumentales, ni falta que le hace. Su lectura es muy fácil, entretenida, con un ritmo armónico y sencillo que hace que no nos demos cuenta de la complejidad psicológica de lo que nos cuenta. Pere Cervantes mezcla la trama criminal con la personaL de nuestra protagonista para que disfrutemos de la lectura pero, sobre todo, para que entendamos los problemas de María Médem, sus decisiones y sus pasos en esta historia.
Pero No nos dejan ser niños tiene otro secreto: su autor. Pere Cervantes nos narra con todo detalle el proceso de la investigación y se forma totalmente fidedigna. Pero juega con trampa, porque lleva más de 25 años (o eso dicen por Internet), pisando las calles con el uniforme puesto. En Twitter se define como contador de historias, y de hecho, él mismo confiesa que es escritor por vocación, pero también es policía de profesión. Y claro, no puede estar mejor documentado.
¡Atentos! Que en mayo tenemos segundo libro de este autor y, por tanto, segundo caso de María Médem y Roberlo Rial. ¿Qué nos tendrá preparado Pere Cervantes esta vez?
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