La mitad de la ciudad sueña en estos momentos... y la otra mitad está durmiendo.
Soñar es tan fácil como respirar. Sin darte cuenta, el aire entra en tus pulmones al mismo tiempo que una historia se reinventa en tu cabeza; y sale de tus pulmones con la misma facilidad con que el sueño se rompe en mil pedazos.
¿Quién inventó los sueños? ¿Quien estableció que no es allí donde se debe vivir? En los sueños todo es mejor, todo es más fácil. Nadie duda porque cada uno escribe su historia independientemente de los problemas del mundo.
En la realidad, todo es más gris, más complicado, tiene más obstáculos que debemos aprender a salvar. La realidad vive atada a la sociedad, siguiéndola donde quiera que va y asintiendo sus decisiones sin derecho a rebatirlas. Y, a la vez, la realidad es más egoista, no piensa en las personas.
Esa contradicción no es tan difícil de entender, porque sólo con mirar alrededor, podemos ver como la sociedad no cuenta con sus miembros, sino que estos toman decisiones en conjunto sin saberlo. Todos miran en la misma dirección sin saber quién les guía.
Las personas se refugian en los sueños, imaginan cómo sería mejor, pero no intentan cambiarlo. Y se dejan llevar por la marea sin preguntar, al menos, por qué. Pero los sueños pueden tornarse pesadillas, heridos con la daga de la propia realidad, en el mismo momento en que alguien tropieza por no haber mirado el suelo.
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