Tenía nombre y apellidos. En concreto, Pilar Prades Santamaría. Pero la historia la recuerda como la envenenadora de Valencia. Su sobrenombre se lo debe a la condena a muerte que le proporcionó el haber envenenado a las personas para las que trabajaba.
La historia de Pilar comienza como la de otro medio millón de niñas y mujeres en toda España, justo al acabar la guerra civil. Su familia la envió entonces del campo a la ciudad para que se ganara la vida. Nuestra protagonista tenía sólo 12 años cuando llegó a Valencia para trabajar como criada. Llegó sin saber leer ni escribir, y así dejó este mundo. Su carácter y su forma de ser hicieron que no durase mucho en las casas donde servía. Así, fue cambiando de trabajo asiduamente hasta que en 1954, empezó a trabajar para un matrimonio, Enrique Vilanova y Adela Pascual. Todo iba bien, Pilar se ocupaba de la casa e incluso ayudaba en la tienda de Enrique y Adela cuando la necesitaban. Pero un día Adela cayó enferma ylo que en principio parecía una gripe terminó por causarle la muerte. Tras la muerte de su mujer, Enrique cerró el negocio, despidió a Pilar y se fue de Valencia.
Pilar continuó buscándose la vida y gracias a la recomendación de una cocinera, Aurelia Sanz, fue a parar al domicilio donde esta trabajaba, residencia de un médico militar, Manuel Berenguer, y su esposa, María del Carmen Cid. Tras un pequeño desencuentro entre Pilar y Aurelia, esta última cayó enferma, y Pilar la estuvo cuidando durante esa enfermedad. Sin embargo, su estado empezó a ser tan grave que el médico para el que trabajaba la ingresó en un hospital. Cuando empezaba a mejorar, la mujer del médico, María del Carmen, también cayó enferma. Cuando empezó a mostrar los mismos síntomas que la cocinera, Manuel empezó a sospechar y consultó a varios especialistas. Tras realizarle varias pruebas, se descubrió la presencia de veneno en su organismo.
Con la mosca detrás de la oreja, Manuel denunció a Pilar y se puso en contacto con el hombre para el que había trabajado anteriormente. Enrique decidió ayudar y exhumaron el cadáver de su mujer, Adela, en el que encontraron restos de Arsénico. En la investigación, la policía encontró entre las pertenencias de Pilar un frasco de matahormigas con base de arsénico, que podía haber sido el arma, aunque las pruebas nunca fueron concluyentes. A pesar de ello, y de que ella se declaró inocente hasta el último momento, fue condenada a muerte por garrote vil. Su abogado intentó que se confesara culpable para obtener una condena entre 12 y 16 años, y evitar así la pena de muerte, pero Pilar se mantuvo en su versión con todas las consecuencias.
Hasta el último momento, se esperaba su indulto, porque hacía 10 años que no se ejecutaba a ninguna mujer en España y eran ya varias las envenenadoras que habían visto conmutada su pena capital, pero para Pilar esa suerte nunca llegó.
Acababa de cumplir 31 años cuando acabaron con su vida. Fue la última mujer ejecutada en este país.
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