Los medios de comunicación y los sucesos han mantenido siempre una relación de amor odio que se acentúa con fuerza cuando se pisa la línea que separa la información del sensacionalismo. En este país, un suceso que marcó un antes y un después en esa relación fueron los crímenes de Alcasser.
El 13 de noviembre de 1992 desaparecieron en el municipio valenciano de Alcasser tres niñas de 14 y 15 años, Miriam, Toñi y Desiré. Las tres jóvenes iban camino a una discoteca en Picassent y decidieron llegar hasta allí haciendo autostop, pero nunca llegaron a su destino. Desde el primero momento, los medios de comunicación estuvieron encima del caso y durante 75 días, se cultivó la ansiedad y la desesperación por tener noticias sobre la desaparición.
El 27 de enero de 1993, unos apicultores encontraron los cadáveres de las tres niñas semienterradas, cerca del pantano de Tous. Aquel proceso de espera desembocó en un tratamiento informativo que ahondaba en los aspectos más dolorosos del caso. El mismo día que se conoció el triste final de las niñas, se entrevistó a familiares, prácticamente en el escenario del crimen, se preguntó por televisión a los testigos en directo y se ahondó en el dramatismo y el dolor del momento, explotando los momentos en los que a una familia se le destrozaba el corazón. Tanto, que se llegó a mostrar imágenes del colchón donde supuestamente habían sido torturadas. De repente, la televisión le hacía el juego al sensacionalismo mostrando familias rotas, personas pidiendo que se instaurara la pena de muerte e incluso fotografías de las tres niñas ya fallecidas. La especulación se instauró como regla general entre lo que tenía que haber sido información de un caso suficientemente cruel como para necesitar rumores.
Pero ese periodismo basura no sólo fue cosa de la televisión. Todos los medios de comunicación se habían subido a un carro muy peligroso para la información con rigor, donde predominaba el sensacionalismo y el morbo. La complicidad que existía, hasta ese momento, entre periodistas, policía, médicos forenses, y demás implicados, se rompió en pedazos.
La policía dio con los culpables, que eran dos jóvenes de 26 y 23 años: Antonio Anglés, quien nunca apareció y, de hecho a día de hoy continúa en paradero desconocido, y Miguel Ricard. Por supuesto, el juicio de Ricard fue un espectáculo. Se explotaron los aspectos más crueles de su confesión, e incluso se llegó a barajar, sin ningún tipo de argumento, que las niñas habían sido víctimas de una película snaf.
Un periódico ya desaparecido llegó a publicar una entrevista con Antonio Anglés, al que la policía seguía buscando. Entrevista que resultó ser falsa.
El tratamiento informativo que tuvo este caso en concreto, tuvo tanta trascendencia que, cuando finalizó la vorágine "informativa", el Instituto de Radio Televisión publicó un código deontológico sobre cómo informar de hechos así. Sin embargo, después de este triste caso hemos visto otros ejemplos de malos tratamientos informativos, porque es difícil luchar contra quien busca audiencia a cualquier precio.
Si quieres saber más sobre el tratamiento que los medios de comunicación en España le dieron a los Crímenes de Alcasser, y escuchar además, una entrevista a Beatriz de Vicente, abogada y criminóloga, sobre la crónica negra en este país, pásate por el podcast de esta semana: http://www.ivoox.com/11452911
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