Jeffrey MacDonald fue condenado a cadena perpetua por el asesinato de su mujer y sus dos hijas en 1979. Para demostrar su inocencia, contrató a un escritor y periodista, Joe McGinniss, para que contase su historia. Tras cuatro años de trabajo, el libro vio la luz, pero en él se presentaba al preso como un psicópata asesino. Algo bastante lejos de lo que se esperaba.
Jeffrey McDonald denunció entonces al escritor, no por falta de veracidad, curiosamente, sino porincumplimiento de contrato. En ese punto, aJanet Malcom, quien hizo un seguimiento de ese proceso y escribió un libro sobre la historia: El periodista y el Asesino.
parece la periodista
Bienvenidos al metaperiodismo.
El periodista y el asesino, de Janet Malcom, es un texto que, además de recorrer el proceso de la demanda del preso contra el periodista, es una autocrítica hacia el periodismo que escandalizó a muchos y que hizo asentir con la cabeza a otros mientras pasaban las páginas del relato.
No es la primera vez que ponemos de manifiesto que la criminología y el periodismo han mantenido desde el principio y continúan manteniendo una relación de amor- odio que daría para mucho. Los medios pueden dar visibilidad a un problema social, pero también pueden desarrollar en la ciudadanía una percepción inexacta de la realidad delictiva que provoque miedos e incertidumbres sobre su propia seguridad. Pero, ¿qué ocurre cuando un periodista, que sabe de qué habla, que sabe lo que hace, se olvida de la ética y miente a una persona para sacar la versión que será económicamente más rentable para él? ¿Qué pasa cuando se hace periodismo con fines mercantilistas y no informativos?
Eso es precisamente lo que narra Janet Malcom. Su obra, que originalmente fue publicada por entregas en The New Yorker, se ha convertido en un libro casi obligado para muchos periodistas.
Afirma esta autora que “todo periodista que no sea tan estúpido como para no ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendible”. Y es verdad que el periodismo nació de la necesidad del público por conocer algo más de lo que se da siempre oficialmente, de la demanda de un análisis de los hechos a los que un ciudadano medio no puede llegar fácilmente. Ocurrió en las múltiples guerras que ha habido, en las catástrofes naturales que han acaecido, pero ocurre también en las pequeñas cosas, en los casos diarios sobre los que el público quiere conocer un poco más, pero son demasiado complejos y necesitan una explicación. Sin embargo, la excusa de tener que dar a conocer unos hechos no puede ser el escudo para justificar todas y cada una de las acciones de un periodista.
La idea del abogado de Jeffrey MacDonald, tal y como se cuenta en El periodista y el Asesino, es que el libro que han encargado aporte “una considerable porción del dinero necesario para pagar la defensa” del acusado. A partir de ahí, cualquier noción de ética periodística carece de sentido.
La verdad ha de ser la máxima para cualquier periodista, pero ¿habría conseguido McGinniss la verdad diciéndole a MacDonald que lo consideraba un asesino? ¿Habría confiado MacDonald en él? Obviamente no. A nadie le gusta que lo retraten de asesino, ni siquiera siéndolo. Sin embargo, sus medios son cuestionables, como mínimo, y sobre todo, el error periodísticamente hablando del escritor es que no estaba mirando por la verdad, sino por su propio punto de vista, adaptando los hechos para que encajasen con su opinión.
Quizá en este caso era obvio que MacDonald era culpable pero, ¿qué ocurre si no lo es? Los lectores seguramente creerán lo que lean, no lo cuestionarán porque no es una novela de ficción, y el trabajo de cuestionar lo que se le cuente es del periodista, no del lector. En parte, se sugiere que como obra literaria, el libro se vale de licencias y que no debe interpretarse de forma literal, ¿pero sabe eso el lector cuando se enfrente a un texto que él supone periodístico?
McDonald cumple aún su cadena perpetua, pero si un día se probase su inocencia y saliese de la cárcel, podría empezar de cero, pero nunca se quitaría de encima la historia que de él se contó en aquel primer libro: Visión Fatal.
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